sábado, 11 de octubre de 2008

Ficha - Anexo

Resumen: “Ciencia, conciencia planetaria, interiores” (de “Ojos imperiales. Literatura de viajes y transculturación) – Mary Louis Pratt

En el fragmento señalado, Mary Louis Pratt hace un análisis sobre dos eventos que cambian la comprensión que las elites europeas tenían de ellas mismas y de sus relaciones con el resto del mundo. El objetivo de la autora específicamente es el estudio del surgimiento de una nueva conciencia planetaria, con una orientación hacia el espacio interior y la construcción de significado en escala más universal, a través de descripciones de la historia natural.
Es decir, lo que Pratt intenta es explicar cómo una antigua visión europea, basada en el eurocentrismo – la conciencia planetaria – se moderniza a partir una modificación en el contacto que Europa comienza a tener con el resto del mundo, en especial con territorios americanos casi vírgenes (o apenas explorados).
Este proceso se ve fuertemente influenciado por dos sucesos que se dan a lo largo del siglo XVIII: uno es la primera gran expedición científica de Europa, llamada La Condamine (en honor a quien la dirigió). El otro suceso trascendental es la publicación de “Sistema Naturae”, de Carl Linneo.
La Expedición de La Condamine tenía como objetivo clave determinar de una vez y para siempre la forma de la Tierra, para lo cual se comienza un viaje en el cual se intenta registrar todo lo visto para luego concluir dicha meta. Gracias a este evento, se comienza a desarrollar una fuerte corriente de literatura de viaje, que abarca desde descripciones hasta diarios, cartas, mapas, etc. Los escritos resultantes de aquel viaje (que no son únicamente los que integraron el corpus de La Condamine) circularon por Europa durante años. Así también, modificaron por completo y definitivamente la forma de escribir la historia, de describir el contacto con otras partes del mundo: la visión que Europa tenía del resto del mundo ya no fue la misma.
En cuanto a la publicación de Linneo, ésta surgió como un intento del autor de registrar todos los géneros y plantas existentes en el planeta, en un sistema que permitiera reconocer a cada uno de ellos. Esta publicación no sólo fue trascendental por cómo fue escrita (de hecho fue innovadora en su estilo y dio origen a una “historia natural”), sino que además indujo a muchos estudiosos a realizar viajes para registrar, recoger y describir miles de ejemplares diferentes. De esta manera, surgieron cientos de libros que intentaron lograr el mismo proyecto que Linneo había alcanzado. Nuevamente una visión diferente se gestaba y se desarrollaba.
Gracias a estos dos eventos, diría Pratt, Europa cambió su forma de observar al resto del mundo, el eurocentrismo ya no fue una visión tan cerrada, sino que se incluía a otras partes del mundo antes ignoradas. Todo este proceso desarrollado en el siglo XVIII fue parte de un cambio paulatino que vivió tanto Europa como el resto del mundo, y que no es otra cosa que el tránsito hacia la modernidad propiamente dicha.

miércoles, 8 de octubre de 2008

Ficha (falta una parte a incluir próximamente)

Primera parte: referencias sobre el autor

Mary Louise Pratt es una erudita de renombre en el campo de la lingüística y los estudios sobre el feminismo, la cultura y la teoría poscolonial en América Latina. Oriunda de Listowel, Canadá, donde nació en 1948, se licenció en literatura y lenguas modernas en la Universidad de Toronto en 1971. En 1975 obtuvo la maestría en lingüística en la Universidad de Illinois (Urbana) y un doctorado en literatura comparada en la Universidad de Stanford. Comenzó su labor docente en Stanford en 1976 y se ha desempeñado como catedrática de literatura española y portuguesa y literatura comparada desde 1989. Actualmente dirige el departamento de lengua española y portuguesa.
En 1990 fundó el Archivo Popular de la Mujer -que dirige actualmente- en la Universidad de Stanford, en la que toma parte del Directorio Ejecutivo del Centro de Estudios Chicanos. Frecuentemente pronuncia conferencias sobre temas afines, incluyendo sociolingüística y la transculturación.
La bibliografía de Mary Louise Pratt incluye las siguientes obras:
Toward a Speech Act Theory of Literature Discourse, Bloomington: Indiana University Press, 1977; Linguistics for Students of Literature con Elizabeth Closs Traugott, Nueva York: Harcourt Brace Jovanovich, 1980; Amor Brujo: The Image and Culture of Love in the Andes, con Luis Millones, Syracuse University: Foreign and American Studies Publications. Amor Brujo también fue publicado como una monografía en español, Lima: Instituto de Estudios Peruanos, 1989; Women, Culture and Politics in Latin America, de la que es coautora junto con los integrantes (ocho miembros) del Seminario sobre Feminismo y Cultura en América Latina, Berkeley: University of California Press, 1990; e Imperial Eyes: Travel Writing and Transculturation, Londres y Nueva York: Routledge, 1992. Actualmente está trabajando en un libro titulado Mujer y nación: historia de discursos.

Segunda parte: Referencias sobre la obra

- Título de la obra: “Ojos imperiales. Literatura de viajes y transculturación” (Imperial eyes. Travel writing and transculturation)
- Fragmento extraído del capítulo 2: “Ciencia, conciencia planetaria, interiores”.
- Editorial: Routledge. 1992.

Tercera parte: Relacionar el texto con el ensayo de Güichal

En el texto de Mary Louis Pratt se plantea el surgimiento de una “conciencia planetaria” por parte de la sociedad europea, que tiene lugar en el Siglo XVIII. Esto es posible a partir de dos eventos importantes y fundamentales: La expedición de La Condamine y la publicación del libro “Sistema Naturae” de Carl Linneo. El primer evento es importante porque consta de uina expedición científica que se realiza para recorrer, conocer y hacer un relevo de diferentes áreas del continente americano. A partir de este viaje, se pretendía hacer un corpus detallado que ordenara todo lo que había sido visto en aquel viaje. El segundo evento es igual de fundamental debido a que consiste en un innovador sistema creado por Linneo para registrar todas las especies vegetales existentes. Esta obra permitió un gran avance en lo que fue la “herbolaria” como así también en los viajes científicos que se realizaron posteriormente con el objetivo de registrar y ordenar especies a observar.
Ahora bien, este texto tiene cierta relación con “Una metáfora viva”, de Cecilia Güichal. En primer lugar, la idea de que “todo viaje implica nombrar. Nombrar es ordenar”[1] se hace evidente en los eventos analizados en el ensayo de Pratt. En la famosa obra de Linneo lo que se hace es nombrar y ordenar un sinfín de especies vegetales conocidas y desconocidas según su género, seguido por su especie y por todas aquellas características que las distinguieran de otros géneros. Esta nueva forma de orden provocó un cambio rotundo en lo que se consideró como “historia natural”. En la expedición de La Condamine, por su parte, se generó un avance en lo que se denominó “literatura de viajes”, ya que a partir de ese viaje se produjeron obras y textos de variados géneros. El corpus resultante de aquella expedición incluía: “(…) textos orales, textos escritos, textos perdidos, textos secretos, textos robados, abreviados, traducidos, antologazos, plagiados; cartas, informes, relatos de supervivencia, descripción cívica, narraciones de navegación, monstruos y maravillas, tratados de medicina, polémicas académicas, antiguos mitos vividos e invertidos”.[2]
Por otro lado, en ambas empresas aparece una problemática relacionada con la imposición o el poder, de la cual Güichal habla en su “Metáfora viva”: “(…) Nombrar es ordenar. A veces es un ejercicio violento de poder. Es evidente en el caso de los nombres impuestos por los “descubridores” a los lugares que, por supuesto, estaban habitados y por lo tanto ya tenían sus nombres”[3]. Lo que surge es pensar en las consecuencias directas de la transculturación. Lo que subyace a este fenómeno, los costos que éste tiene, es que a partir de dicha transculturación se produce una relación asimétrica de poder. Es decir, se hace efectivo el dominio hegemónico por una de las dos partes.
Dos ejemplos de cómo se desarrolla este proceso son la expedición de La Condamine y del “Sistema Naturae”. Tanto uno como el otro se producen en contextos de “choque cultural”, de transculturación. Ambos generan una relación asimétrica de poder: un grupo de gente (nativos) que ven llegar a otro grupo (los científicos) totalmente diferente, cargado de aparatos extraños y cuyos integrantes miden, controlan, anotan.
Luego lo más fuerte: este último grupo designa con nombres a lugares y especies ya conocidos y nombrados anteriormente por los nativos, que pasivos y casi inconscientes observan el proceso de dominación hegemónica, el cual se hace inmediatamente efectivo en aquellas miradas sorprendidas. Se pasa por alto una cultura, una lengua que designa y nombra, para significar lugares y especies con palabras europeas. Lo profano pasa a ser religiosamente aceptable.
Algo interesante a observar en los hechos desarrollados por Pratt es lo que Güichal explica en el siguiente pasaje: “(…) los viajes contienen esa tensión entre mapa y territorio. Se prevé un itinerario, pero en un verdadero viaje siempre ocurre otra cosa”. Es llamativa la cantidad de textos que surgieron a partir de desviaciones imprevistas por la expedición de La Condamine. Así también es atrayente pensar cómo un viaje con ciertos objetivos termina siendo algo que uno no espera, con metas impensadas que se cruzan en el camino. ¿Cuántos textos podrían haber existido si el viaje se hubiera desarrollado como el viajero esperaba, y cuántos terminaron creándose con esos nuevos y sorpresivos finales?
Pero, ¿cuántos textos precisaron de la existencia de un viaje previo (o simultáneo)? Es verdad que sin viaje no existe narración, y de hecho sin ambos viajes ni el texto de Linneo ni el confuso y multifacético corpus de La Condamine hubieran existido. En ambos casos era indispensable la observación, la exploración en lo desconocido para poder luego pensar un texto.
Ahora, no siempre la exploración, el viaje, consta del traslado físico. ¿Qué sucede cuando el viaje es interior? Lo que sucede en el caso de la expedición de La Condamine y de Linneo es la generación de una nueva conciencia planetaria a partir de un doble viaje: por un lado hay un viaje físico, conocido. Pero también se hace un viaje introspectivo, se identifica un nuevo ser humano a partir de un contacto con otro. Es decir, hay un viaje físico que genera un contacto, un choque cultural inusual y que a su vez posibilita la partida hacia otro viaje: el conocimiento de uno mismo. De uno mismo en el otro. Cuánta razón tendría Todorov al pensar que podemos vernos a nosotros mismos a partir del reflejo en el otro…
¿Qué habrán sentido quienes, habiéndose involucrado en esos viajes (La Condamine y Linneo), leyeron luego alguno de los tantos textos resultantes? “Una profunda impresión de deja vu acompaña al lector que recorra de manera transversal otros textos de viaje”. Debe ser, como dice Güichal, que el relato de viaje genera en quien lee esa sensación de haber transitado esos lugares previamente, aunque no sea de manera física. Algo similar debe haber ocurrido con los estudiantes de Linneo que produjeron textos similares a los de su maestro. Quizás le sucedió a quien posiblemente pudiera haber encontrado los textos que Joseph de Jossieu dejó perdidos en Quito, cuando sus compañeros decidieron enviarlo de vuelta a Francia debido a que la expedición de La Condamine había acabado con su salud mental.
En definitiva, claramente puede verse en el texto de Pratt un puente con ideas expuestas por Güichal: la construcción de un texto a partir de un viaje, el viaje asociado a la introspección, al contacto y conocimiento del otro, el viaje a través de un texto. Ningún viajero de la expedición de La Condamine, ni siquiera el propio Linneo imaginó que podía generar en los demás tal efecto con esas ideas. Tal vez ninguno creyó que podía generar tales ideas, simplemente emprendió el largo y difícil viaje de escribir.

Cuarta parte: ¿En qué sentido influye el texto en mi propio proyecto de ensayo?

Esta lectura hace más fuerte la búsqueda de un objetivo a pensar, relacionado con el viaje con fines etnográficos. Pienso en todas las idas y vueltas que puede tener una etnografía que se produce mediante un viaje. Pienso también en la difícil posición del observador. La tensión presente entre la objetividad y la subjetividad es algo que subyace a lo que leí de Pratt, que subyace en realidad a cualquier lectura científica (o no). Dicha tensión hace ruido en mí, y cada vez que leo un texto de esta clase lo pienso más. Excede muchas veces a mi entendimiento, pero a la vez me intriga.
Hay reflexiones que gracias a esta lectura han echado raíces, sólo es cuestión de tiempo. Estoy en la búsqueda de un texto que inició mis reflexiones acerca de esta tensión planteada en renglones anteriores. Hay algo que se germina pero que necesita más tiempo, quizás. Igualmente, el texto de Pratt impulsó aún más esta necesidad de pensar más sobre todo esto.
[1] “Una metáfora viva”, Cecilia Güichal. Pág. 1.
[2] “Ojos imperiales. Literatura de viajes y transculturación”. capítulo 2: “Ciencia, conciencia planetaria, interiores”. Pág. 50.
[3] “Una metáfora viva”, Cecilia Güichal. Pág. 1.

viernes, 12 de septiembre de 2008

Capítulo 6: La sorpresa

El día D transcurrió con aparente normalidad. Lo últimos días Manuel interrogando a Lía, quien argumentó sentir que era una locura seguir investigando algo que nadie logró terminar. Manuel se fue a visitar a su padre tranquilo ese día, pensando que Lía no haría ninguna locura.
Por su parte, la joven se sentía extraña. El estómago estorbaba y no la dejaba tolerar bocado alguno. La animó recibir una carta de su madre. Impacientemente, y casi destruyendo el sobre, comenzó a leer.

Hija mía:
Obviamente me dejás preocupada. Papá ya sabe todo esto, quedate tranquila porque ya tomó las precauciones necesarias. Tratá de no hacer locuras nena, por favor. Si llegás a encontrar algo no dudes en mandármelo, pero por favor pensá antes de actuar. Sabés que estoy con vos desde siempre, no te voy a dejar. Y cada vez que necesites hablar escribime, me encanta recibir cosas tuyas.
Mi vida también es rutinaria, mis paciente mejoran es verdad, pero no doy a basto. Duermo poco, así que el estrés me desborda.
Mi amor tengo que dejarte, me llaman. Lamento la brevedad de estas líneas, prometo contarte algo más la próxima. No te olvides que te quiero.
Con amor,

Mamá.
……………………………

Al atardecer, llegaron Francisco y Manuel y se encontraron con unos ricos amargos y tostadas con manteca y dulce. Todos se sentaron a la mesa y conversaron sobre temas sin trascendencia. Francisco se veía cansado y se quejaba sobre lo difícil que se tornaba trabajar con cuatro hombres menos. Lía se ponía colorada, como si tuviera que ver con aquellas desapariciones. Sentía culpa por se deshonesta con su familia.
- Esta noche… Esta noche salgo pá – dijo tímidamente.
- ¿Y a dónde pensás ir sola de noche?
- Sola no, con alguien… Me pasa a buscar por acá.
- ¿Quién?
- Se llama Martín, trabaja en “La gaceta de Misiones”. El otro día fui a conocer la redacción y lo conocí. Es muy simpático.
- … Está bien hija, quiero verlo igual ¿eh?
- No te hagas drama, me viene a buscar.

Pocas horas después, sonó el timbre. Lía, quien estaba aún más nerviosa, se acercó al pasillo y se quedó parada, escuchando.
- Buenas noches, mi nombre es Martín, venía a buscar a Lía…
- Que tal Martín, soy Francisco, el padre. Pasá che, pasá que ya la llamo.
- Gracias – dijo tímidamente Martín, que previamente había sido avisado de la coartada a emplear.
- Líaaa… Vení negraaa… - Francisco se sentía extraño, Lía no era una joven a la que le gustara presentar a sus novios.
- ¡Ay llegaste! No había escuchado… Veo que conociste a papá. – los nervios de Lía aparentaban ser por la situación y no por lo que vendría después.
- Vayan chicos, no se retrasen, la noche está hermosa. Cuidala ¿si?
- No se preocupe señor, vine en el jeep y sola no la dejaría volver.
- Bueno pá – interrumpió Lía – Chau – Le dio un beso en la mejilla a Francisco y salió, seguida por Martín, quien le abrió la puerta del jeep y luego arrancó.
Las primeras cuadras se hicieron en silencio. Se escuchaba a Serú Giran en el audio del jeep. Los dos se veían nerviosos, pero comprometidos con su objetivo.
- Hace cuánto que no escucho “Eiti leda” – dijo Lía, tratando de pensar en otra cosa.
Charlaron un rato de música, y Lía agradeció a Martín por haber sido cómplice de aquella situación con Francisco. No obstante, hubo algo de verdad en todo ello, la atracción entre ambos comenzaba a hacerse evidente.
Llegaron a la costanera y estacionaron el jeep lejos de las cuatro famosas cuadras de peligro, sabían que era probable que no estuviera en su lugar al regresar. Caminaron con inhibidos hasta acercarse al puente. Lía frenó. Se sentía paralizada. Martín la abrazó fuertemente, hasta que se decidieron y cruzaron.
Una vez del otro lado, Lía se sintió sorprendida. Estaban ya en otro país, y nadie les había pedido identificación. Comenzaba a creer que de ese lado del Paraná no había ley.
- Mirá, si caminamos dos cuadras hacia la derecha y cuatro hacia adentro, vamos a ver que empiezan los senderos de la selva. Por esos pasillos caminan “las mulas” de Abalos. Podríamos buscar un lugar donde escondernos y esperar un tiempo…
- Sí, podríamos sacar una par de fotos ahí.
Caminaron silenciosos aquellas seis cuadras que los alejaban del puente, rogando por dentro poder volver. Se escondieron en la noche, esperando algún movimiento. Ambos tenían sus cámaras al acecho. Martín observaba a Lía, quien enjugaba sus lágrimas y hacía esfuerzos por no seguir lagrimeando. Dulce y caballerosamente, secó las pocas lágrimas que caían en su rostro con su pañuelo, y la besó dulcemente. Lía se sorprendió con el beso de Martín, pero a la vez se sentía bien. Pocas veces había sentido lo que aquella noche le hacía sentir aquel hombre de ojos penetrantes y claros.
Al instante de dulzura le siguió el peligro. Martín abrazaba a Lía cuando sonidos de pisadas irrumpieron la escena. Ambos se irguieron y comenzaron a prestar atención. Un hombre caminaba con una escopeta en la mano, seguido por seis hombres que cargaban enormes bolsas a cuestas. Otro hombre que portaba un arma larga cerraba la fila y apuraba a los demás con insultos varios.
- ¡Tincho, mirá! Esos cuatro son los obreros… - Lía susurraba apenas, mientras Martín sacaba fotos.
- Tranquila Lía, les saco fotos y las llevamos a la cana. O mejor, al diario.
- Shh, no hagamos ruidos…
Ambos sacaban fotos constantemente mientras la escena transcurría frente a sus ojos. El hombre que presidía la fila se detuvo, y todos de dispusieron a esperar. De repente un rodado comenzó a acercarse. Era una camioneta blanca muy lujosa e importada, que se detuvo frente a ellos. De ella bajó un hombre, que tras revisar las bolsas abrió el fondo de la camioneta. Los hombres que las cargaban comenzaron a subirlas mientras los demás supervisaban alrededor.
Lía y Martín fotografiaban todo, hasta que todo se echó a perder. La luna, que penetraba con su luz a través de las plantas, hizo reflejo sobre la lente de una de las cámaras. Todos los hombres se quedaron inmóviles ante la advertencia del dueño de la camioneta, quien ordenó revisar la zona. Sus secuaces revisaban el terreno acercándose cada vez más a los jóvenes. Uno de ellos se paró a un metro de Lía. Divisó su silueta, y sólo quedó una cosa por hacer: correr.
Martín y Lía corrieron tan rápido como pudieron, mientras sentían cómo los hombres les pisaban el rastro. El miedo realmente los invadió cuando comenzaron a oír tiros. Nunca habían oído tan agudo ruido, penetrante hasta los huesos. Una bala hirió a Martín en la pierna y lo tiró al piso de dolor. Mientras él se retorcía Lía intentaba agarrarlo.
- ¡Corré nena! ¡Y salvá esas fotos!
- ¡No me voy sin vos!
Lía logró levantarlo y, de a poco, retomaron la marcha. No obstante, ya era tarde. La camioneta blanca los sorprendió por delante, cerrándoles el camino. Los jóvenes frenaron, mientras fueron rodeados por los dos hombres con sus armas largas. El conductor de la camioneta bajó del vehículo y se dirigió a ellos.
- La verdad, comenzaba a preguntarme cuándo vendrían – Armando Abalos tenía una voz grave, de ultratumba.
- … Cómo… - A Lía le ganaba el cansancio y la sorpresa. Quería decir tantas cosas, pero estaba muda a la vez.
- ¿Cómo? Mi amor no seas tonta, ¿creés que no sabía nada? Ja ja, como se nota que sos gringa, no me conocés. Y en cuanto a vos, me sorprende que no imaginaras que te iba a pasar esto si cruzabas el puente. Considérense muertos.
- Hay gente que sabe que vine Abalos, nos van a buscar… - Martín sufría por su pierna, pero aún así protegía a Lía ubicándola detrás de él.
- Se, seguro… Ambos sabemos que nadie los va a encontrar. Muchachos, suban a Martincito en la parte de atrás y sigan caminando. Quiero que me traigan la otra carga mañana, ¿está claro? Y Lía, vos venís a casa conmigo. Ya pensaremos que hacemos con vos. En realidad, supongo que los dos tendrán alguna utilidad. Ya veremos.
Lía sentía como cada vez se internaban aún más en la selva. Pensaba en Martín, quien se había hecho un torniquete en la pierna y ya había perdido la conciencia por el dolor. Abalos la había sujetado con fuerza al asiento. Su boca estaba amarrada. Miraba a su captor con miedo e imaginaba el destino que tendría esta odisea. Trataba de retener imágenes de la selva por si lograba escapar, pero el paisaje era tan repetitivo que nada de eso sería fructífero. La luna apenas se veía, la oscuridad reinaba en aquel frondoso laberinto. Todo era incierto en ese momento, aunque la suerte ya estaba echada y el juego había comenzado.
Capítulo 5: Chocar contra la pared. Buscar el equilibrio

Lía intentaba no demostrar ante su hermano el miedo que la gobernaba. Las gotas de sudor rodeaban su frente mientras sus manos se enredaban solas, mas gobernadas por los nervios que explotaban dentro de su cuerpo.
Al día siguiente, Manuel se fue con Francisco y Segundo como solía hacer dos o tres veces por semana. Lía se quedó limpiando la casa, y al terminar decidió que alguien tenía que escuchar sus pensamientos.
…………….

Querida mamá:
No sabés cómo se te extraña por estos rincones del mundo. Pensar que ya hace seis meses de tu partida… El tiempo avanza asombrosamente y sin embargo aquí parece detenerse todo, la rutina –aunque diferente a la de Buenos Aires- se apodera de la gente.
Es extraño esto, porque a pesar de que aquí no pasa nada, a la vez pasa todo. No sé como contarte esto… Pero, ¿vos cómo estás? Imagino que un poco estresada con tu trabajo, ¿cómo anda Lopez? Me dijo papá que sus brotes han disminuido y que encontraste una droga útil para él, así que espero que estés más tranquila… ¡Contame algo de vos cuando respondas esta carta!
Bueno, no quiero dar más vueltas al asunto: necesito tu ayuda. Supongo que papá te ha contado, el otro día vi que estuvo un largo rato al teléfono charlando con vos. Está preocupado y sé por qué. Han desaparecido cuatro obreros de su obra. No sé si es sabe lo mismo que yo, pero en una charla que tuve con Nahuel (el obrero que es indígena, ¿te acordás?), me enteré de algo que quiero investigar.
Resulta que paralelamente están desapareciendo algunos indígenas de la comunidad de Nahuel. Según él, se les acerca gente de Paraguay que les promete trabajo seguro, y como están sumidos en una profunda pobreza, ellos aceptan y esperan que los vayan a buscar. El problema viene después. Cuando llegan los suben a las camionetas lujosas que suelen posar en la costanera y se los llevan del otro lado de la frontera con la promesa de volver… La realidad es que nunca vuelven y que son sometidos a los trabajos de “mula” que los contrabandistas (sí, son contrabandistas de Armando Abalos) les imponen.
Nahuel asegura que o mueren por el trabajo duro o que los matan si dejan de ser útiles o se revelan (borrando toda evidencia, supongo yo). No sé si todo esto es verdad, pero temo que papá se ponga a investigar y le hagan algo. Son hombres poderosos… Pero de mí nadie sospecharía, le dije a Manu. Decidí investigar por mi cuenta, pero para eso necesito tu ayuda. Quisiera enviarte periódicamente la evidencia que logre recolectar para tenerla en un lugar seguro y que nadie sospeche nada. ¿Puedo mandarte lo que consiga?
Voy a tratar de convencer a Nahuel para que me ayude. Tiene miedo pero yo sé que me va a dar una mano. Espero. Por otro lado, tengo que pensar de dónde saco información que verifique las conjeturas que sacamos entre los dos ayer. Espero que no te pongas mal cuando termines de leer todo esto, vamos a estar bien, pero siento que tengo que hacer algo.
Gracias mamá, necesitaba contarle esto a alguien, estoy muy nerviosa porque no sé cómo actuar frente a tales hechos. Espero contar con vos, y recibir noticias tuyas pronto.
Te quiere,
Lía.
………………………..

Llegar al fondo de este misterio necesitaba de una base, de algún tipo de información, y una conversación con sospechas varias no servía de mucho más. Lía decidió empezar buscando noticias o datos en algún diario perdido, para lo cual se dirigió al diario “La gaceta de Misiones”.
Inmersa en una enorme biblioteca plagada de diarios, Lía comenzó la búsqueda. Abrió todas las ventanas del enorme sótano, que destilaba un extraño olor a hojas viejas y humedad. Los estantes de la biblioteca estaban divididos por años y sección, con lo cual la búsqueda estaba dividida por partes. Esta iba a ser una larga búsqueda supuso Lía, quien en seguida buscó un asiento que la haga sentir cómoda. Tras un par de horas, sólo encontró nueve noticias que no le servían de mucho, así que decidió dirigirse a la recepción en busca de ayuda.
Una mujer algo mayor, con lentes exageradamente grandes y un aspecto que la transportaba a 1950, miraba a Lía acercarse al mostrador con un marcado gesto de circunstancia.
- Buenas tardes, disculpe que la moleste pero ¿hay algún periodista con el que pueda hablar? Porque tengo alguna información para cote…- No terminó de hablar cuando esta extraña mujer, casi mostrando los dientes de manera rabiosa, interrumpió a la entusiasta Lía.
- Mirá querida, este diario es muy importante y los periodistas suelen estar muy ocupados ¿viste? Así que si necesitás información para completar tu tarea del cole yo creo que con la Encarta te va a bastar. Buenas tardes – Tras finalizar su desagradable discurso, la mujer se dispuso a atender el teléfono, ignorando por completo la transformación que sufría el rostro de Lía, quien comenzaba a ofuscarse.
- Perdón, sólo necesito a alguien que haya investigado o sepa algo de Armando Abalos – Lía se tomaba revancha
- Ya te dije reina, retirate…- La mujer estaba perpleja ante la pregunta.
Lía odiaba irse con las manos vacías, sentía el trago amargo del momento y la indignación que todo le había generado. Con fuertes y apesadumbrados pasos se alejó de la recepción y salió a la vereda. Llovía. Se paró debajo de un pequeño techo para que el diluvio no acabe con sus pocos papeles. Miraba al cielo gris cuando una voz interrumpió sus pensamientos:
- Escuché que andás buscando algo de Abalos
- ¿Eh?- Lía se asustó, levantó la mirada y se sorprendió. Un joven, con pelo enrulado de color chocolate, y ojos claros la miraba seriamente. Se sintió inhibida por esos ojos, y atraída por esa voz.
- Decía que si estabas buscando algo sobre Abalos…
- Ah, sí… ¿Te conozco?
- Soy Martín Ruiz, trabajo en “La gaceta”, sección “Sociales”. Te vi peleando con Marta, ja ja. Yo puedo ayudarte si lo necesitas.
- ¿Marta? Con el nombre me dijiste todo… Ja ja ja… ¿En serio me ayudarías? Lo necesito con algo de urgencia.
- ¿Por algo en especial?
- No sé si confiarte tanta información, va, tantos supuestos, pero sí, motivos tengo muchos… ¿Qué sabés de Abalos? – Lía elevaba la voz, la lluvia pretendía ser la protagonista de la escena.
- Trabajé en una investigación junto con un compañero de la sección “Policiales”, así que sé bastante del tema… Sigo buscando por dónde agarrarlo a ese tipo… Si tenés un rato te cuento…
- Tengo tiempo sí, ¿dónde nos juntamos sin peligro? – Lía no dejaba de sentirse inhibida por la claridad de esos grandes ojos de pestañas largas, que la atraían de manera extraña.
- Acá cerca hay un bar bastante escondido, es de unos amigos, vamos si querés.
Diez minutos después, los dos jóvenes se hallaban en un bar con un estilo muy under, lleno de cuadros con músicos famosos, ambientado con melodías psicodélicas pero suaves a la vez. La joven pareja estaba en una mesa apartada, tranquila.
Lía intentaba no dejarse llevar por la mirada de Martín y se concentraba en los datos que él le brindaba amablemente. En cuanto a él, había algo que también le atraía de Lía. Quizás era su hiperactividad, la impaciencia e inquietud por saber. Igualmente los rasgos de Lía podían atraer a cualquiera. Tenía ojos color miel, y el pelo castaño. Su rostro era delicado y toda su apariencia de daba cierta presencia, llamaba la atención en todo lugar al que iba.
- O sea que mis sospechas avalan lo que decís… ¿Tenés esas pruebas vos?
- Sí, las tengo en casa, muy escondidas. La verdad creo en lo que me decís Lía, para mí también hay mucha relación entre lo de los obreros y los indígenas. Pero eso sí que es difícil de probar. Igualmente yo quiero ayudarte, creo que esto hay que publicarlo y hacerlo mierda.
- Yo digo lo mismo, y me encantaría que me ayudes, pero ¿cómo pruebo que los tiene a todos trabajando para él como esclavos?
- Hay una forma… No sé qué resultados tendrá, lo que sí sé es que es muy peligroso… Pero si vamos a la frontera y sacamos algunas fotos…
- ¡Es muy arriesgado! ¿Cómo hago para que en casa nadie sospeche dónde voy? Peor aún, ¡¿cómo hacemos para que no nos descubran?! – Lía sentía miedo, incertidumbre.
- Habría que ir de noche…
El silencio invadió la mesa. Ambos se miraban mudos, pensando y analizando todas las posibilidades. La música ya no ayudaba a aliviar el ambiente, el aire pesaba sobre los hombros de los dos jóvenes. Lía centró su mirada en su vaso de cerveza y, tras una larga pausa, retomó la conversación.
- Me da miedo esto Martín. Hace mucho que no tengo tanto miedo. ¿Quién sabe lo que nos espera? Todos me dijeron cada cosa de la frontera… Pero hay que hacerlo.
- Tranquila negra, vas a ver que le vamos a ganar al tipo ese… Cuando la gente lea nuestro artículo va a abrir los ojos. Ojalá podamos salva a esa gente, devolverle la vida a esa comunidad, reencontrar a los obreros con sus familias. Así que sí, hay que hacerlo.
- ¿Cuándo?
- Cuando quieras, tenés que tener una coartada.
- En dos semanas.
Capítulo 4: Encontrarse con lo que no esperamos

Había pasado el mediodía y sin embargo el sol no se mostraba en ciertas partes de la cerrada jungla, lo cual sin embargo ayudaba a soportar el calor y la humedad del lugar.
- Y ¿cuántos obreros están trabajando? – Lía trataba de mantener una charla con Segundo.
- Son como 30, todos de Posadas. Hay uno que es indígena...
- ¿Ah sí? ¿Hay indígenas?
- Sí, por estos pagos hay muchos escondidos. Pero no tratan con la civilización. Son guerreros por lo que se dice. No es el caso de Nahuel, pero que los hay, lo hay.
- Pero qué… ¿viven por acá?- Interrumpió Manuel interesado.
- Sí peque, pero no te confíes, no creo que te cruces con ninguno. Son cortados, viste.
Al poco tiempo llegaron a la obra. Era tremendamente grande, y la meta era poder hacer un camino a lo largo de la selva que atravesara diversos arroyos que había en las inmediaciones. Cuando se acercaron vieron a Francisco comiendo choripanes con los obreros, era tiempo de descanso. Segundo, Lía y Manuel se sumaron y charlaron con el grupo entero, compartiendo un momento de comida y chistes. Le gente del interior era diferente, y el caso de los obreros no era una excepción. Eran todos muy humildes, se notaba su pobreza, pero también eran “buena gente”, educados y no prejuzgaban a los gringos como los Castroman.
Lía le pidió la cámara a Manuel y les sacó fotos a todos, lo había pasado tan bien en el almuerzo que juró que volvería a visitarlos, estaba encariñada con todos. Luego, mientras Manuel acompañaba a Segundo y a su padre a recorrer la obra (protegido con equipo de seguridad, demás está decir), Lía se sentó y se dedicó a describir todo el trayecto, y la gente a la que había conocido.
Estaba escribiendo cuando un grito desesperado irrumpió su relato. Era Manuel, quien tirado en la tierra colorada gritaba de dolor. Lía corrió lo más rápido que pudo y cuando llegó al lugar a ver la escena, se asustó hasta quedar blanca como un papel. Su hermano estaba tendido en el piso, ya sin conciencia, todo hinchado y con la piel morada. “No te acerques, lo mordió una yarará”, explicó Segundo mientras su padre y el resto de los obreros hacían espacio para que Manuel tuviera aire. El capataz fue muy operativo y reaccionó rápido, ya que le inyectó suero y mandó a buscar paños y un boul con agua fría. Entre varios obreros levantaron a Manuel y lo acostaron en el obrador, donde había una camilla.
-¡Llamen a Nahuel!- gritó Segundo, cuyo alegre rostro ahora mostraba perplejidad.
A los dos minutos apareció un hombre alto, con tez morena, ojos achinados y nariz ancha. Todos hicieron silencio y el joven se dispuso a curar a Manuel. Nahuel era curandero, y como indígena conocía muchas formas naturales de curar heridas como ésta. Buscó la mordedura, que halló en el tobillo derecho de Manuel y succionó el veneno, que rápidamente escupió. Aconsejó al paciente unos días de reposo y se retiró silencioso.
Lía había quedado atónita con lo ocurrido. Le intrigaba hablar con Nahuel, conocerlo y saber algo acerca de su cultura. Le preguntó a Segundo si podía charlar con aquel misterioso hombre, y el capataz le confesó que era muy difícil tener una conversación con un indígena, ya que no confiaban en nadie.
Ignorando toda negativa, Lía se acercó a Nahuel y lo saludó. Con muchísimo respeto y hasta admiración agradeció la ayuda que recibió Manuel, a lo que Nahuel se sonrojó como un niño, esbozando una tímida sonrisa. Tras compartir unos amargos, Lía entendió que era cuestión de intentarlo: Nahuel era una persona, pacífico como pocos, sabio para su juventud. Comprobó que el pueblo tenía feos prejuicios, que seguramente habrían causado más de un problema de convivencia.

……………..

Varios meses habían pasado ya. María se había ido, lamentablemente era de esperarse, su trabajo era muy demandante como para desaparecer. No obstante, ella y su hija se comunicaban por teléfono, aunque también circulaban cartas que a Lía le encantaba escribir. Francisco, por su parte, estaba consumido por la obra y pasaba muy poco tiempo con sus hijos, aunque Manuel concurría muy seguido a la obra para acompañar al padre.
A pesar de todo esto, Lía ya se había familiarizado con el lugar. La selva formaba parte de ella y los paseos por las Ruinas de San Ignacio ya eran una constante. No era necesaria la guía de Segundo, recorrer Posadas y su selva era ahora tarea que se hacía con los ojos cerrados.
Demás está decir que una hermosa amistad la unió a Nahuel, con quien tenía muchas charlas entre músicas varias y mates que sola no tendría sentido tomar. Todo lo que Lía aprendió en este tiempo la tatuó con una extraña expresión en su rostro, como si hubiera nacido de nuevo. Tenía otra valoración por las cosas, era libre y se sonreía ante esa antigua sensación de sometimiento que le generaba la vida tecnologizada de la gran ciudad. Supo reconocer esto ni bien tuvo contacto profundo con Nahuel, quien le habló de su cultura y le hizo ver que había otras formas de vida diferentes.
- Pero, ¿cómo vive tu comunidad?, digo ¿es tan rudimentaria la forma de subsistir o se comunican con la ciudad? – Lía no se daba cuenta que a veces solía preguntar demasiadas cosas en el afán de saber algo más.
- Mirá Lía, la realidad es que yo no tengo contacto con mi pueblo… Yo fui desterrado.
- ¡¿Qué pasó?!
- Te explico: vivir en la selva, abrumado por el avance de la “civilización”, o sea de los pueblerinos de Posadas que pretenden avanzar sobre territorios nuestros, tiene sus consecuencias. Mi pueblo empezó a sufrir, a enfermar, murieron muchos, otros se tuvieron que ir y fueron muy juzgados por eso, pero hambre es hambre…
- Qué feo che…
- Y… fue durísimo… - las lágrimas enjugadas en los ojos de Nahuel generaban compasión en Lía, que sabía que eso era algo duro para hablar, pero egoístamente sentía a la vez cierta alegría debido a la confianza que Nahuel estaba depositando en ella.
- Bueno Nahuel, pero vos lo necesitabas… Y antes que morir…
- Sí, en realidad siempre supe que esta también era una forma de luchar por lo que es mío, por mi vida. Pero no me entendieron. Allá son muy cerrados, casi como los de Posadas.
- Lo que no entiendo es por qué el hombre del pueblo se ensaña tanto con tu comunidad.
- No sé si se ensaña, quieren crecer y está bien. Pero no sé si esa es forma de crecer, nos perjudican, nos generan pobreza, nos matan…- Nahuel sintió que no debía continuar la oración, así que bajó la cabeza y se puso a cebar el siguiente mate. Lía, que se dio cuenta de esto, en seguida quiso seguir la conversación.
- ¿Matan?
- Sí – Nahuel se resignó y prosiguió - Matan, vienen con sus camionetas, nos prometen trabajo y nos llevan. Pero nunca nos volvemos a encontrar. La comunidad no sabe bien por qué. En la ciudad se dice que nos llevan a la costanera a cruzar la frontera, y que una vez en el Paraguay… no hay suerte. Nada es lo que parece, o por lo menos nada parece ser como nos prometen.
- ¡Con razón! – Lía ataba cabos sin darse cuenta que había interrumpido la charla, que se tornaba trascendental.
- ¿Con razón qué?
- ¿Viste a esa gente de las camionetas vos?
- Sí, una vez de chico los vi… Por eso estoy seguro de que algo pasa y hace mucho, porque fui testigo…
- Contame…
- Recuerdo a una camioneta blanca muy moderna. Fue hace unos años esto, yo tendría 16… Estaba con la comunidad todavía. Una tarde, estaba buscando algunos frutos por la selva y entre los arbustos y plantas veo algo blanco, enorme... Escuchaba voces, gente gritando y dando órdenes. Me acerqué, escondido, y miré con más detalle. Sí si, era blanca o de un color claro. Había algunos hombres que empujaban a un par amigos de mi comunidad. Los metían en la camioneta, los cargaban Lía… Vi a un hombre que me llamó la atención.
- Pará, pará. ¿Nunca le hablaste de esto a nadie? O sea, ¿la gente siguió desapareciendo? ¿Esas son las desapariciones que decís? Esperá, ¿qué hombre? Pero además, ¿cómo sabes que murieron?
- Lía… ¿Quién le va a creer a un chico que quiere ser hombre, que estaba solo en ese momento…? Además pensá, según se dice, muchos indígenas fueron llevados a la frontera, los cruzaron al Paraguay para hacer de mulas en negocios ilegales y cuando no sirvieron más los mataron y chau.
- Ahora entiendoooo…
- ¿Qué?
- El primer día que pasamos en Posadas quisimos hacer un recorrido y todo el mundo nos advirtió que no vayamos solos a la costanera… Y que la frontera era muy peligrosa. Lo que me llamó la atención de las advertencias fue que todo el mundo describió al lugar como inseguro, pobre, con cosas medio ilegales y demás pero toda la costanera estaba llena de camionetas modernas, caras, de colores variados… Algo raro me sonó, qué se yo. – Lía se mordía los labios, quería preguntar cosas que no sabía si Nahuel toleraría, la charla alcanzaba un terreno ya extraño para ambos. No se contuvo. – Pero igual no entiendo, si estás seguro de esto, ¿por qué nunca hiciste nada?
- Lía repito, nadie le va a creer a un indígena. Esa es una de las razones, pero hay mucho más… y la gente lo sabe bien, pero lo callan por seguridad propia. Esto es conocido en el pueblo.
- ¿Seguridad propia? ¿Hay gente muriendo y nadie dice nada?
- Sí, aunque no lo creas sí, además ya te dije acá el indígena está muy aislado de todo, muy discriminado. Pero por otra parte, aún haciendo algo… Este negocio tiene dueño y él acapara todo… Estoy seguro.
- ¿Quién es?
- ¿Te suena Armando Abalos?
- ¿Quién…?
- Armando Abalos es un contrabandista muy rico de Paraguay que hace muchísimos negocios en Argentina… Algunos legales, pero la mayoría ilegales.
- ¿Ah sí? ¿Y si la gente lo sabe por qué no hacen nada?
- Lía, esta tierra ya es suya también. La gente tiene hambre y para no sufrir tanto la pobreza vive bajo órdenes. O se van en sus camionetas con alguna promesa… Pensá que acá la producción de yerba mate era la fuente de vida de Misiones, pero está en descenso hace años. A Paraguay le va mucho mejor, acapararon el mercado, así que imaginate que a mucha gente no le queda otra que aceptar cualquier trabajo.
- ¿Y tu comunidad?...
- Sí Lía, estoy casi seguro que todo eso es por él. Seguro los manda a Paraguay como mulas de carga de sus drogas, o para transportar millones de cosas que contrabandea en la frontera.
- Pero ¿tenés pruebas de lo que decís?
- No, tengo algunas pero son débiles como para acusarlo… Y si lo acuso estoy muerto. Es un tipo con mucho poder Lía, no hay nada que hacer… Pero algunas pruebas tengo. Es más, cuando los vi en la selva… Ese hombre que me llamó la atención era Abalos. Bajó de la camioneta blanca con un sombrero de cuero enorme, muy bien vestido. Miraba toda la escena ancho, como orgulloso de su trabajo. Es el ícono de la esclavitud y está matando a una cultura, a una parte de mi historia. Pero ¿qué puedo hacer yo?
- Me dejás mal con esto… Algo hay que hacer… Quiero investigarlo, si me ayudás.
- No Lía, te lo prohíbo. No quiero que corras riesgos nena. Además esto se extendió mucho por lo que vi. Ya no es sólo con los indígenas…
- No me digas que hay más…
- Tu padre no te muestra la preocupación que tiene pero en su obra desaparecieron 4 obreros ya.
- ¿Desaparecieron? ¿Y no hizo la denuncia?
- No no, Segundo le recomendó que no lo hiciera, que esto era algo común y que no se podía hacer nada. En realidad todo el mundo en la obra dice que abandonaron por vagos, no aguantaron el trabajo y se fueron a buscar mejor suerte, que eran amigos y lo estaban planeando. Yo no lo creo. Si fueran tan amigos y si lo hubieran planeado se habrían ido el mismo día y no hubieran dejado a sus familias sin noticias.
- Bueno, pero quizás las familias se quedaron porque ellos prometieron enviarles dinero desde donde estén.
- Líaaa… no seas ingenua querida. Uno desapareció en mes pasado, el otro hace dos semanas, el tercero la semana pasada y ya van cuatro días que el cuarto hombre no viene.
Para Lía todo estaba desordenado, la cabeza le daba vueltas y ya no entendía nada. Cuando se despidió de Nahuel quedó como en stand by, la gente le hablaba y ella sólo asentía con la cabeza. No decía nada, pero decía todo. Manuel se dio cuenta en seguida que algo andaba mal y la increpó para saber detalles de ese algo que Lía ocultaba.
Mientras Lía narraba toda la historia, la cara de Manuel se transformaba. Sus expresiones pasaban de preocupación a consternación y hasta miedo.
- Pero Lía, hay que hablar con papá.
- No nene, imaginate! Puede correr riesgos si sabe algo. De nosotros nadie sospecharía. De mí por lo menos no. Voy a investigar.
- ¿Vos estás loca? Sola no lo vas a lograr…
- ¡Hay que llegar hasta el fondo Manuel! Desaparecen los obreros, los indígenas, ¿querés que desaparezca papá o nosotros también?
Capítulo 3: El corazón de la selva

Ya había pasado casi un mes y nadie se había internado en la selva a excepción de Francisco, quien debía ir a trabajar y sólo lo hacía con la ayuda de Segundo. Tras la continua insistencia de los chicos para ir a la selva con su padre, el capataz sugirió que tal travesía podría hacerse únicamente si se vacunaban contra la fiebre amarilla y si trasladaban algunas dosis de suero contra las mordeduras de yayará.
- ¡El que no se vacuna que lo olvide! Y traigan dos frascos de repelente cada uno… - Advirtió Segundo.
Al día siguiente antes del amanecer, lo único que pudo oírse fue el rugido de las llantas de “la bestia” sobre el polvo rojo, rumbo al verde laberinto de lianas y animales extraños. Lía cargaba un morral que contenía una cantimplora, los repelentes y por supuesto, su cuaderno para tomar notas sobre cualquier cosa que viera. Manuel llevaba una cámara digital, cantimplora y algunos dulces por si les bajaba la presión.
Segundo los llevaría a la obra donde se encontrarían con Francisco, tras un paso por las Ruinas de San Ignacio. La ansiedad de los chicos era enorme, y a medida que se internaban en la selva, las expresiones de sus caras se acentuaban y los comentarios enmudecían ante tanta belleza. La selva se mostraba imponente y los seducía con sus colores, sus plantas y los ruidos de animales que no se dejaban ver. Había flores grandes de un color alilado que proliferaban a lo largo de todo el recorrido. El repelente los protegía de los gigantes mosquitos que zumbaban como nunca antes habían oído. Todo lo que alguna vez habían visto en la ciudad era ínfimo en la selva.
Mientras avanzaban en el angosto sendero con “la bestia” se cruzaban con algún que otro pueblerino que, cargando un hacha, volvía de cortar maleza para abrir caminos. Como fuera, en realidad los senderos eran pocos, sólo los esenciales para recorrer aquella antesala del Amazonas.
Luego de una hora de búsqueda, Segundo y los chicos se vieron frente a las Ruinas de San Ignacio. Un paraje inhóspito claro está, ya que a esas alturas no había ruido ni señal de la ciudad de Posadas. Todo era silencio, salvo por el ruido de la propia selva que se expresaba en libertad. No obstante, este punto era turístico así que en la entrada se oía a algunos visitantes de variedad étnica que intercambiaban frases en distintos idiomas.
Lía se sorprendió al ver las ruinas, creyó que eran más pequeñas. Realmente quedó atónita frente a la majestuosidad del lugar y a la conservación que presentaban ciertas partes de lo que alguna vez fue una comunidad jesuítica. Recorrieron el lugar en paz y en silencio, pensando cuánto habrían sufrido aquellos jesuitas que entre 1816 y 1819 sufrieron un ataque de portugueses y paraguayos que culminó con su extinción.
Era paradójico pensar que una comunidad como esta (entre otras 30 que había por la zona), en la que se trataba de integrar y educar a diferentes grupos étnicos, sufriera la expulsión (y matanza en muchos casos) por parte de aquellos que detentaban el poder y que veían en esta experiencia civilizadora un peligro para sus objetivos. “A qué extremo puede llegar el miedo al diferente”, pensaba Lía mientras imaginaba como los colonizadores ocupaban territorios. Terminaron de recorrer el lugar y tras sacar varias fotos, se despidieron con la promesa de volver y continuaron el viaje.
Capítulo 2: la ciudad y sus recovecos

Los primeros dos días estuvieron dedicados a ordenar las cosas de la casa y a conocer la zona: supermercados, despensas, farmacias, todo. Lía y Manuel ordenaron sus cosas velozmente para dedicarse más tiempo a recorrer la ciudad. Ni bien pudieron se apoderaron de sus bicicletas y tras 2 KM de viaje, alcanzaron la ciudad. El resto era fácil, sólo había que preguntar dónde quedaban los principales puntos turísticos.
Conocieron la plaza, la Iglesia, la Biblioteca Popular, la rotonda principal, la comisaría y los lugares más frecuentados por los habitantes, desde pooles hasta confiterías. El paseo excluía una única zona: la costanera, el puente fronterizo que comunicaba con el Paraguay y las cuatro cuadras que desembocaban allí. En Posadas ese lugar era temido, un tabú para cualquier charla. Era tierra de nadie. Segundo fue muy firme al advertir a la familia:
- Nunca vayan solos al puente fronterizo ni a la costanera, ¿ah? Muchos paraguayos aprovechan la frontera para realizar negocios truchos, contrabandear y robar. La frontera es un arma de doble filo: del lado argentino es peligrosa pero dentro de todo segura, del lado paraguayo… del lado paraguayo no hay ley. Así que si por algún motivo se van o se los llevan para ese lado, cuenten con que estarán solos y nadie los ayudará si les pasa algo. Mejor ni se acerquen, ¿ta clarito? –
Al atardecer ese día, todos decidieron salir a caminar para conocer y buscar un restaurante donde comer, ya que tenían la heladera vacía. Luego, y siguiendo las advertencias de Segundo, tomaron un taxi y recorrieron el lugar.
- Qué linda es la ciudad ¿eh? – le dijo Francisco al taxista.
- Sí, muy bonita… Pero recuerden que esta zona… sólo en taxi. Y no lo digo para ganar más dinero ¿eh? Porque estoy acostumbrado a la pobreza. Estamos acostumbrados a la pobreza.
- No, está bien, lo entiendo… ¿Pero tan peligroso es? ¿Y nadie hace nada?
- Mire todo lo que escuche es cierto, y nadie hace nada porque aunque es tierra de nadie, eso le pertenece a alguien…
- ¿A quien?
- Jum mmm, no importa, ustedes sólo no pregunten y escuchen las advertencias y van a estar bien. Bien, después de bordear la costanera los dejo en el centro ¿si?
- Perfecto, gracias – Contestó Francisco un tanto preocupado por lo que acababa de oír. Intentó no mostrarle su consternación a la familia disipando el tema con otras charlas.
Al bordear la costanera con el taxi se podía observar el oscuro puente fronterizo, con gente que según el taxista lo recorría a toda hora. Del otro lado, el terreno paraguayo. Lía observaba que no había tanta distancia entre ambos países, con lo cual podía apreciar el paisaje del otro lado del río. Le llamaba la atención que, a pesar de la pobreza que sucumbía a la zona, había un montón de camionetas importadas estacionadas en los restaurantes a ambos lados del Paraná. “Bueno, serán los pocos ricos de la zona” imaginaba Lía. Como sea, decidió no darle importancia suficiente a su observación.
El paseo duró una media hora, no había mucho más para ver. Aunque linda, Posadas era una ciudad pequeña. Demás está decir que después de haberla conocido mejor y de haber pasado unos días, Lía se sintió más atraída al lugar y menos frustrada por el cambio.